Tres en uno.
Allí estaba, sin blanca, en la Gran Manzana, (así llamaban a
Nueva YorK), a la que cantó Fran Sinatra. Sí, ese había sido su sueño durante años pero, como muchos otros,
se encontró con la miseria humana y no solo con la práctica evidencia de la
falta de medios.
En su habitación de pensión cutre, frente al espejo desnuda
de toda vestimenta, no alcanzaba a reconocer a aquella mujer de tonos azules;
aterida de frío y hambre. Su color natural era el tostado de la tierra, bañada
por los alisios, el mar y un sol radiante. Decepción, tristeza y ansiedad hasta
llegar a la desesperación son sus asiduas compañeras. El sentimiento
desgarrador, como esas mujeres que pintaba Hopper.
El único adorno, en el comodín es un cepillo de madera
tallada, regalo de su abuelo, que de joven había sido un cotizado carpintero
ebanista.
Tumbada, sobre la almohada del catre, le sonríe una botella de whisky.
Olivia Falcón
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