Esperanza.
Ya no sabía qué hacer por su mujer. Desesperado, triste y
muy enamorado era consciente de que nada iba a ser como antes. Él también
estuvo allí, pero tenía claro que había que seguir adelante.
La desgracia ya venía implantada en aquella casita con piscina,-
información que conocían desde el minuto
uno de la compra, gracias a la buena disposición de una vecina en darles la
bienvenida-, Ellos no eran aprensivos, ni fácilmente sugestionables. Era la
casa de sus sueños, donde podían disfrutar con su hija de tres años.
Les encantaba tomar una copa de cualquier licor o una
cerveza sentados en las hamacas junto a la piscina. Mientras la niña jugaba
con su pareja de muñecos,- tenía la costumbre de dejarlos acostados allí mismo-.
Y allí seguían. Su mujer los atendía, los acunaba hasta la
hora de irse a dormir.
Los dejaba, exactamente, de la misma forma en que Esperanza
los colocó.
Olivia Falcón
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