Hoy, recordé la
casita marinera que se encontraba plantada en lo alto de La Peña, se veía desde
la carretera del Rincón. Esa carretera, que en aquellos tiempos era toda una
odisea transitar, sobre todo en invierno; solo disponía de dos carriles,- uno de ida y
otro de venida-. El de ida estaba pegado al risco, donde se observaban los
distintos estratos de la isla con sus playas colgantes. El de venida alongado
al mar.
Papá conducía, primero un cuatro latas- del que no me
acuerdo, por lo visto fue su primer coche-. Si que me acuerdo del Prefet, del
Simca, del Peugeot 404 y otros que vinieron después-. Yo siempre iba pegada a
la ventana de cualquiera de ellos mirando la casita en medio del mar, no apartaba los ojos de
ella hasta que ya la perdía de vista. Recuerdo que tenía una escalerilla para
acceder. Mi pregunta infantil era cómo llegaban hasta allí y me imaginaba
un montón de historias.
Historias con aguerridos marineros luchando con Moby Dick,- en esos momentos no sabía que la película se basaba en un libro-. O
con estrellas de mar gigantes. En la orilla les esperaban sus mujeres; también
historias de amantes que, a escondidas, se reunían dentro.
En el trayecto,
mientras me dejaba llevar por la fantasía, mamá nos ofrecía a mis hermanos y a
mí un puñadito de caramelos.
Ahora conduzco mi propio coche. Ya no existe La Peña, ni la
casita marinera; el progreso las sepultó a ambas. Hay más carriles en ambos
sentidos y es más cómodo, menos peligroso. Aunque yo siempre miro hacia el mar
con los ojos de mis recuerdos.
Olivia Falcón
Derechos Reservados®
No hay comentarios:
Publicar un comentario