Con
amor.
Nos han confinado en casa, en cuarentena, para
evitar el contagio.
Salir, sólo, a cumplir con las necesidades básicas
se ha convertido en una odisea.
Mamá se lo ha tomado bien. No ha sido mujer de salidas
y trasnochar; -como se decía en sus tiempos-, “una mujer de su casa”. Se
entretiene con los quehaceres diarios, sus vástagos, sus nietos, (a una
distancia prudente o por teléfono) y la caja tonta. Ya no cose a barbilla
confeccionando colchas que, hoy, valen un buen dinero y pesan más.
Sigue arreglándome la ropa.
Mamá y yo solemos coincidir en muchas cosas, es un
sortilegio que permite y facilita la convivencia. Una pequeña discrepancia nos
visita de vez en cuando, no nos ponemos de acuerdo en la elección de canales. Añadiría,
más bien, el canal.
Pero, se ha ganado el derecho de ser reina en su
casa, dueña del mando a distancia y evadirse con lo que le venga en gana.
Fue gata, tigresa, leona, loba, por los suyos y ha
llegado el momento de disfrutar, de vivir para ser ella misma.- Muy moderna para
su edad-, dirían algunos.
Tiene las cosas claras. Se sabe, de memoria,
nuestros números de teléfono. No maneja las nuevas tecnologías.
Quiere estar bien para no ser un problema o una
carga, -dice-. Eso me molesta. ¡Nunca lo será!
Su voz es la melodía que me despierta cada mañana,
el pegamento, hilo invisible, referente, cimiento…que nos une.
Lleva uno de los nombres más preciosos que existen.
Personifica al verbo que todos añoramos alcanzar y tener. (A)mada, es su
identidad.
Yo, aún, me siento en sus rodillas.
Olivia Falcón
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